Aunque hoy se asocia con sonidos insípidos, la música de ascensor tiene un origen sorprendentemente ligado a la ciencia y a la innovación en las comunicaciones.
Aunque hoy se asocia con sonidos insípidos, la música de ascensor tiene un origen sorprendentemente ligado a la ciencia y a la innovación en las comunicaciones.
En 1922, el general George Owen Squier, del Ejército de Estados Unidos, ideó un sistema para transmitir música a través de los cables eléctricos. Su propuesta buscaba llevar melodías a hogares y lugares de trabajo mediante un servicio de suscripción. La idea se convirtió en un proyecto llamado Muzak, que ofrecía música grabada sin necesidad de antenas ni radios.
El modelo se expandió en fábricas, hoteles, aeropuertos y hasta en la Casa Blanca. Los estudios de la época sostenían que los trabajadores eran más productivos cuando escuchaban música en bloques de quince minutos, lo que llevó a patentar el llamado “estímulo progresivo”. Con el tiempo, el servicio alcanzó a millones de personas en todo el mundo.
Sin embargo, la popularidad también generó críticas. Artistas y oyentes la calificaron como música impuesta y carente de valor artístico. En 1986, el músico Ted Nugent incluso ofreció diez millones de dólares para comprar la empresa y cerrarla, argumentando que era una fuerza negativa en la sociedad.
Con la llegada de nuevas tecnologías, Muzak perdió vigencia como servicio independiente, pero su influencia permanece en la música ambiental y en plataformas de reproducción actuales. El legado de Squier muestra cómo un invento militar terminó marcando la forma en que escuchamos música en nuestra vida cotidiana.
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